Nuestro viaje a Castilla León

La autovía iba con más coches de lo normal porque era el comienzo de las vacaciones de verano que me llevan a los rincones más pintorescos de la comunidad de CASTILLA-LEÓN. Yo pienso que el verano es ese tiempo de ventanas abiertas que hace que nos comuniquemos más. Una música lejana cruza la noche. La voz humana se introduce en nuestros sueños. El croar de las ranas o el silbido del sapo nos llevan a un pequeño charco casi seco. El ladrido de un perro sonámbulo, el gemido del búho derretido y el relincho de un caballo a medio cabalgar.

A veces, las aguas de un río que juega entre los cantos rodados. A veces, el vaivén del mar inquieto. Los pasos desconocidos que se acercan y se alejan. La polifonía del viento entre los pinos y el aroma dulce del jazmín. Y el canto del gallo y el primer nombre del día. Todo eso se pierde cuando nos quedamos encerrados en nuestra pecera de aire caliente del verano. En verano existe la posibilidad de diluirnos en el mundo gracias a ese invento baratísimo que es la ventana abierta, ese invento que nadie nos ofrece por telepatía.